Sin Pecado Capital

Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable,
de manera tal que en su deseo se puede encontrar la muerte.


PRESENTACION

Hola, si está leyendo esto ahora, es porque seguramente es mi amigo, vecino, compañero de trabajo o conocido y se le hará un poco extraño su contenido. Calma, esto es cierto, hoy decidí compartir con todos ustedes mi designio. Soy su verdadero y único salvador. Aborrezco los pecados. Me dan asco los pecadores. Son todos basura. Merecen morir.

Ustedes dirán que soy un psicópata asesino, un loco más, una especie de enfermo mental. No lo creo, soy una persona normal: trabajo, voy a misa, practico la democracia, no tengo ningún trauma en mi niñez. Yo estoy cuerdo, de hecho creo que estoy más cuerdo que la mayoría de ustedes. Soy su última esperanza, el mundo se verá librado ahora de pecado, gracias a mí. A partir de mañana morirá una persona por algún vicio capital, alguien que merezca la muerte, como al final todos la merecemos.

Pero no quiero finalizar antes de empezar. En mi bitácora de Internet escribiré a partir de mañana todos los asesinatos que cometeré, y describiré con todos los detalles sus muertes, no intenten saber mi verdadera identidad, esto no es un juego. No quiero ponérsela fácil a la policía, así que traten de mantener estos correos en secreto.

El séptimo día, cuando todos los pecados sean limpiados, daré a conocer mi rostro y mi verdadero nombre. Seré observado por todos ustedes. Se hallarán testigos de mi muerte y con ella la soberbia. El mundo recordará por siempre mi nombre.

Tomás otnaS.


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1. LUJURIA
(No cometerás actos impuros).

Esta mañana de lunes me desperté muy ansioso. Salí de mi apartamento y caminé por la Carrera Séptima para ir al trabajo. Transité lento, mirando las caras de aburrimiento y resignación de la gente. Me gustan los lunes porque veo el tedio en sus afligidos rostros. Van todos en fila. No pueden hacer nada más. Tomé un poco de aire. Observé el rápido ritmo de la urbe, vendedores e indigentes, secretarias, estudiantes y policías. Todos en la calle; unos apurados, otros abandonados en el calido sol del diciembre bogotano. Esta mañana tal vez te he visto a ti y ni siquiera lo notaste. Nunca se sabe. Los voy mirando a todos, analizando uno a uno cual será mi primera víctima.

Dos ejecutivos de corbata pasaron a mi lado en la esquina de la Av 19 con Séptima, cavilé en asesinarlos. Quise hacerlo, pero pensé que no se lo merecían. Pude oler la avaricia en sus caras. Imaginé lo fácil que sería clavarles mi cuchillo en el estómago y luego, cuando se retorcieran en el suelo de dolor cortarles el pescuezo. No se por qué se casan, mantienen una familia, soportan el llanto de sus hijos, se deshacen en justificaciones al llegar tarde a casa, miran a decenas o centenas de otras mujeres con las que les gustaría follar, se compran ropas caras, pagan a prostitutas para compensar lo que les está faltando, aun sin tener claro qué podrá ser, sustentan una gigantesca industria. Y cuando se reúnen con otros hombres, a pesar de lo que dice el mito, nunca hablan de mujeres: conversan sobre trabajo, dinero, marcas de autos y deportes. Debe de haber algo muy equivocado en la civilización, pensé y sentí ira e irritación, la misma ira capital por la que luego caerá alguien, pero hoy no, hoy sucumbirá la lujuria. Los miré nuevamente. Sentí nauseas por el aroma a perfume caro que llevaban puesto. No existe nada más afrodisíaco que el poder. Recapacité, si, merecían morir, como todos. Pero no, hoy no maté a esos dos estúpidos ejecutivos. Quizás otro día lo haré.

En la oficina de impuestos donde trabajo todo fue igual. Siempre es todo igual. Afortunadamente solo trabajaré hasta pasado mañana allí, ya pasé mi carta de renuncia, a partir del miércoles soy hombre libre, podré terminar mi cometido y alcanzaré la salvación. Trabajé toda la mañana en mi puesto, solo. Almorcé al medio día, solo. Aproveché el tiempo para pensar a donde iba a realizar mi primer asesinato, tenia que buscar un lugar discreto, qué, además, sea frecuentado por personas sucias y lujuriosas. Terminé mi almuerzo y al momento de pagar la cuenta ya lo había decidido, está noche, después del trabajo iría al barrio La Candelaria, allí seguro encontraría la victima adecuada.

Me gustan las noches de mediados de diciembre. Caminé mirando las casas adornadas con luces navideñas. Vino a mi mente el recuerdo de la niñez. En un par de minutos llegué a las calles del barrio La Candelaria. Observé. Vagué. Esperé. Eran las once de la noche. No había nadie por la calle. Estaba oscuro. Tenia cosas más importantes que andar vagando por las calles. Tenia que asesinar. Decidí caminar hasta la calle 12, protegido por el anonimato de la gran ciudad. Con el cuchillo oculto en mi chaqueta.

La vi a lo lejos, una prostituta de unos veinte años, estaba drogada; el labial rouge resaltaba su aura de lujuria. Mi presa ideal. Ella también me vio a mí, la vi sonreír a lo lejos, me hizo una señal y cruzó la calle acelerando el paso. Vino hacia mí, se acercó, me miro a los ojos y me dijo que veinte mil pesos costaba el rato y que incluía la relación y sexo oral. Le dije que estaba bien, le entregué un billete de veinte mil pesos y ella me dijo que además yo me encargaría del pago del hotel, serian unos cinco mil pesos más, pero esos, al final, me los ahorré. De camino al motel pensé en lo triste que debía ser su vida, otorgándole su cuerpo a muchos idiotas a los que sus esposas esperan en sus casas cómodamente, viendo alguna novela en la televisión. Sentí un poco de pena por ella, pero también sentí vergüenza. La decisión estaba tomada, esta noche moriría.

Tenía que acabar con ella de inmediato. No podía cometer ninguna equivocación. Pasamos delante de un edificio abandonado, la empujé hacia dentro, la tomé con firmeza de su cintura y la besé. Con mi mano izquierda le subí su mini-falda de cuero negro y empecé a tocarla. Tenía las pupilas vidriosas y el cabello castaño. Cocaína y ojos azules. Mientras la besaba mi mano derecha sujetaba el cuchillo. La seguí tocando, metí un dedo en su asquerosa vagina. Gemía por el placer que nace del deseo pagado. Saqué mi dedo y clavé el cuchillo en su vagina. Sus ojos azules se tiñeron de horror. Con mi mano izquierda la sujeté muy fuerte del cuello, mientras mi mano derecha volvía a clavar el cuchillo, ésta vez en su estomago, sentí la sangre caliente bajar por mi mano, tapé su boca para silenciar sus leves aullidos y finalmente clavé mi cuchillo en su corazón. Ella cayó al suelo muy lentamente. Me limpié las manos untadas de sangre con sus bragas. Por un momento sentí que seguía viva, me pareció que seguía mirándome, escuché sus gemidos de placer otra vez, pero no, todo era solo producto de mi imaginación. Me aparté de su cuerpo inerte. Introduje una nota en su boca* y la tapé con unas latas viejas. Yo creo que ya deben haber encontrado su cuerpo. Me da igual. Nadie me conoce, nadie sabe quien soy, no se lo pondré fácil a la policía. Conseguí saciar mi anhelo más deseado esta noche. Seguiré asesinando sin que nadie en Bogotá pueda detenerme.

Ésta noche espero dormir bien. Queda mucho trabajo por hacer.

Hoy murió la lujuria.

*Yo me comporté de buena manera. Llevé a ésta mujer en brazos a través del mal y la dejé en la otra orilla. Sin embargo, ustedes aún la cargan en su pensamiento. Por eso mismo son ustedes quienes están más cerca del pecado.

Mañana morirá la avaricia.


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2. AVARICIA
(No codiciarás placeres o posesiones en exceso)

Cuando sonó el despertador ésta mañana ya me encontraba despierto. Anoche llegué realmente feliz a casa. No fue fácil conciliar el sueño. Por un lado pensaba en la joven prostituta que asesiné, no es que eso me atormente en lo más mínimo, sólo recordaba sus grandes ojos azules abandonarse en las manos de la muerte. Y por otro lado pensaba en…. Me levanté de inmediato: tenia que buscar a mi siguiente victima. Mientras me preparaba para salir de casa observé a la mucama que viene los martes a mi apartamento hacer el oficio. Medité unos segundos acerca de la pobreza. Los pobres quieren algo, los ricos quieren mucho y los avarientos lo quieren todo.
Pasé todo el día en la aburrida oficina de impuestos. Las mismas caras de siempre. Los mismos ridículos comentarios y las mismas risas estúpidas en respuesta. Oía hablar a toda esa gentuza y en lo único que podía pensar era en sus ojos acuchillados, me imaginaba arrancando sus envidiosas lenguas, sus bocas sangrantes desgarradas y destrozadas. Caminé hacia mi sitio y me crucé con la recepcionista. Al pasar por su lado me tomó por el brazo. Es un intento de humano que pasea por la oficina inventando estupideces. Es una envidiosa. Odio su cara. Aborrezco su tono de voz. Sonreí y le pregunté si mañana podíamos tomar un café en la noche. Me dijo que si. Pareció ilusionada. Mañana me tomaré un café con ella. Mañana acabaré con la envidia y de paso también con su horrible voz.

Antes de salir de la oficina recordé que hoy es martes y tenía una cita con un antiguo compañero de la universidad. Nos citamos en el parque de la 93, en el restaurante Gato Negro, al parecer estaba muy interesado en hablar conmigo, para ofrecerme unas acciones. ¡Para ofrecerme unas acciones!. La mezquindad a primera mano. Mi victima perfecta. La codicia de algunas personas llevan a las otras personas a creer que esa forma de vida es la mejor, les prometen dinero, progreso y terminan generando odio, envidia, violencia, sufrimiento y dolor. Tenía tiempo de sobra así que decidí ir andando hasta el restaurante. Callejeé en busca de soledad y sólo encontré gente molestando mi paseo. El odio llenó mis pulmones. La gente caminaba por la calle como si fuera suya, como si el resto de la humanidad debiera apartarse a su paso. Es increíble. Nadie sabe quién soy yo. Y soy yo, quien castiga a los pecadores.

Llegué al restaurante a las ocho y media. Tuve que esperar media hora hasta que arribara mi amigo. Me senté en la barra a esperar, pedí una botella con agua y empecé a observar. Fue patético ver a esas personas intentando ser aceptadas socialmente. Los escuché hacer comentarios que consideraban inteligentes. Me dan asco: escuchar sus chistes, lo interesantes que son sus familias, sus vidas, sus trabajos. Siempre miran a su compañero de charla esperando aprobación. Yo quería salir de allí. Estar en un sitio cerrado con toda esa gente me daba náuseas. Necesitaba aire, entré al baño y allí estaba un tipejo con pinta de gay. Genial !!, pensé. Ahora mearemos los dos en silencio, y él intentará mirar mi pene por encima del orinal. Quería matarle. En un momento me miró sonriendo mientras se sacudía el pene después de mear. Ese tipo se estaba tocando su pene mirándome. Se los juro que le hubiera matado allí mismo. Tengo el poder de decidir quién vivirá hoy y quién morirá. Pero hoy no murió ese maricón, tal vez después.

Llegó a las nueve luciendo un traje caro. Sonrió y se sentó a mi lado, en la barra del restaurante, pidió un Dry martini y me empezó a contar que trabajaba en una aseguradora como director de la sección de acciones. Era encargado de acciones con nuevos clientes. Habló de rentabilidad, de la cantidad de dinero y poder que podía tener. Calculó porcentajes y liquidez. Intercambiamos tarjetas. Apretón de manos. Sonrisas falsas. Preguntas absurdas. Respuestas más absurdas aún. La típica reunión de negocios. Odio esta gente del sistema que pretende utilizar términos técnicos y espectaculares para referirse a estupideces. Hablaba y hablaba, como un idiota al que se le ha implantado una grabación en su diminuto cerebro. Yo sentí pena por él, no sabia que pronto iba a sentir tanto dolor que desearía que yo acabase con su sufrimiento. Lo escuché otro largo rato, aparenté mantener una conversación animada, pero en mi interior estaba pensando en la forma de acabar con su vida. Hay mucha más gente que lo merece. Todos merecen morir. A todos les llegará su hora. Soy la mano de Dios en la tierra. Él vende acciones de seguros, yo mato pecadores.

Salimos del restaurante a las once, ofreció llevarme a casa en su automóvil último modelo, comprado con la liquidez de las acciones. Yo iba distraído mirando por la ventana, esperando el momento apropiado para realizar mi ataque. Le pedí que se detuviera un momento para mear, cuando pasábamos al lado del parque nacional. Detuvo su auto a la orilla de la avenida circunvalar. Me quité el cinturón de seguridad, fingí intentar salir del auto, me volteé rápidamente, con mi mano derecha agarré con fuerza el cuchillo, levanté el brazo y antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando le clavé mi cuchillo en su ojo derecho. El ojo se estalló y comenzó a sangrar. Salí del auto y lo saqué a él también. Cayó al suelo. No estaba inconsciente, pero estaba lo bastante herido para oponer resistencia. Coloqué una rodilla sobre su espalda, sujetándolo con mi peso. No podía moverse. Su ojo no paraba de sangrar. Agarré su cabeza, la empuje hacia atrás y corté su cuello. Su sangre comenzó a manar. Su cara perdió expresividad. Me levanté. Introduje una nota en su boca*. Abrí la válvula de gasolina del auto con cuidado, lo rocié y le prendí fuego. No quiero que me detengan por éste idiota. Espero que nadie me haya visto. Salí andando, despacio, por la apacible noche bogotana.

Llegué a mi apartamento cansado. Tomé una ducha y mi bebida caliente antes de acostarme. Duermo. Convencido de que cada vez que mato un pecador soy una mejor persona. Con cada asesinato me acerco más a la salvación.

Hoy murió la avaricia

* Que nunca la avaricia, o la sed de poder te ciegue y te hagan olvidar que el objetivo de un hombre es dar lo mejor de sí a sus semejantes.

Mañana morirá la envidia


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3. ENVIDIA
(No codiciarás los bienes ajenos).

Después de dos días de limpiar el pecado en los seres humanos, me desperté ésta mañana muy animado. Las muertes las estoy tejiendo como con eslabones de una cadena frágil y delicada. Pasé gran parte de la mañana tirado en cama. Hoy era mi último día de trabajo en esa apestosa oficina de impuestos. Necesitaba descansar y reflexionar. No hice nada, sólo pensé. Casi a medio día me di una ducha. Un rato después tomé un desayuno liviano y salí. Cuando bajé a la calle para ir al trabajo saludé al portero y le pregunté si había correspondencia para mí. Dejó su exagerado desayuno a un lado y me respondió que no. Fue una escena asquerosa, cuando dijo no, abrió tanto su boca, que pude ver parte de los huevos con pan que se estaba tragando. No pude evitar pensar en matarlo. Enterrarle mi cuchillo en su panza y luego esparcir sus viseras por las escaleras del edificio. Ese gordo me había dañado la digestión. Sentí asco. Imaginé sus tripas encima de su desayuno. Hoy no mataré a ese obeso. Estoy de buen humor. Lo voy a pensar.

Caminé como todos los días por la carrera séptima. Fui observando la gente. Algo no funciona en está ciudad, bueno, la verdad, algo no funciona en el mundo. Observé la gente y sentí lastima, tan manipulados ya, que no pueden pensar por sí mismos; sólo son peones en la partida. La idea de asesinar hoy viene a mí y sonrío. Le di limosna al salir de misa a una inválida que estaba tirada en la entrada de la iglesia de Las Nieves. Cuando pasé por su lado deje caer un billete de mil pesos. Para ver su cara de agradecimiento. Estas personas me producen lástima.

La oficina apestaba más que otros días a idiotas descerebrados. Lo único bueno es que trabajo hasta hoy, mañana estaré con todo mi tiempo y podré seguir tranquilo cometiendo los asesinatos, haciendo mi trabajo. Llegué a mi puesto en silencio. Tomé un café y comencé mi última tarde laboral. Miré el reloj a las cinco de la tarde. Me dirigí a la oficina del jefe de personal. Una vez dentro de su oficina le dije cuanto apestaba. Lo miré directo a los ojos. Esperé unos segundos respuesta. Sonreí, me giré y salí de su oficina en silencio. Ese tipo no sabia que hoy a tenido la muerte a unos centímetros de su cara y se salvo, solo por qué yo le perdoné la vida. Yo decido quien vive y quien muere. Salí de la oficina del jefe de personal sintiéndome bien, miré a todos mis compañeros déspotamente. Pasé por el puesto de la recepcionista y le pregunté si nuestra cita seguía en pié, dijo que si. La cité a las nueve de la noche en una reservada cafetería del barrio teusaquillo, no quería que nadie me viera con ella, le dije que no le comentara a nadie en la oficina de nuestra cita, le dije que no me gustaba que la gente se entrometiera en mis asuntos. Ella dijo que mantendría nuestra cita en secreto.

Camino a mi apartamento compré el periódico. No vi ninguna noticia acerca de las muertes de la joven prostituta y ni del idiota ejecutivo. Todo está saliendo bien. Me encontraba de buen humor, escuché música clásica y observé detenidamente el cuadro que voy a dejar al lado de mi nota de muerte, cuando esto suceda el próximo veintitrés de diciembre. Salí caminando hacia mi cita. El barrio teusaquillo está a una hora andando de mi apartamento. La gente parecía aburrida ésta noche. Piensan que vivir es sólo existir. Saben que sus vidas son nada más que el trabajo.

Cuando llegué a la cafetería ella ya estaba allí sentada esperándome, llevaba puesto un traje rosado que le sentaba ridículo. Su perfume barato penetró en mis fosas nasales. Estuvimos un momento en silencio. Luego de unos minutos comenzó a decirme que se llevaba muy mal con su hermana menor, al parecer su hermana es una exitosa diseñadora de moda. La envidia hacia su hermana era tal, que al final, sin pretenderlo se había convertido en colaboradora de su éxito. La misma historia del Génesis. Caín y su hermano Abel. Solo que en versión femenina. Un envidioso quiere ver privado al otro de lo que él no tiene. De la envidia se deriva la traición, la mentira y la intriga. Los envidiosos son impureza. Fingí llevar una amena conversación. La recepcionista me da lastima: desde su vida escolar la llevaron a odiar justamente lo que le haría feliz, por eso es una envidiosa. Resiente las cualidades, bienes y logros de su hermana porque tiene una diminuta auto-estima. Es una mujercita débil y pecadora, de las que domestican; le enseñaron a ser egoísta y envidiosa, y a pasar por todos los pecados capitales como si fuera muy normal y divertido. Pero no es tan divertido, en solo unos minutos su vida terminará. Los envidiosos no encontraran la salvación.

Salimos de la cafetería rumbo a la carrera 10 y ahí ella tomaría un bus en dirección a su casa que se encontraba al norte de la ciudad. Cruzamos por la calle 32, es una calle oscura cerca al colegio Maria Auxiliadora. Miré su caminar orgulloso, altanero. Caminaba como su tuviera el poder en sus caderas. Era una pecadora. Merecía morir. Observé a mi rededor y no vi a nadie. Saqué con un rápido movimiento el cuchillo que escondía bajo mi chaqueta, la tomé por el cuello, tiré su cabeza hacia atrás y le hice un tajo tan profundo en su garganta que sus cuerdas vocales se rasgaron. Fue una escena divertida. Intentaba gritar pero con cada gesto se le iba más la vida. Ya no podía ir por ahí inventando chismes, ni envidiando a las demás personas. Vi la palidez en su rostro. Sentí el hedor de la muerte. Abrí su boca e introduje una nota*. Me costó un poco de trabajo, tenia la boca firmemente cerrada, lo que demostraba el dolor que sintió antes de morir. El dolor, pensé, estaba justificado toda vez que me deshago de cierto tipo de personas indeseables. Mato pecadores. Le hago un favor a la sociedad. Me limpié la sangre de mi mano en su conmovedor traje rosado. Dejé su cuerpo tirado sobre el frío asfalto.

Volví caminando y silbando una vieja canción a casa. Esta noche dormiré bien. Quiero echarme en la cama y descansar. Mañana será un día largo.

Hoy murió la envidia.

* ¿Quién puede, mediante la muerte purificar la envidia? ¿Quién puede llegar a estar tranquilo y permanecer vivo para siempre?

Mañana morirá la gula


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4. GULA
(No consumirás alimentos en exceso)

Un sonido estridente me sacó de mi sueño profundo. Abrí los ojos y golpeé el despertador hasta que cesó ese maldito sonido. Me acordé que hoy no tengo que ir al trabajo. Hoy no tendré que revisar páginas llenas de garabatos y solo tendré que mirar una pantalla de ordenador para actualizar las muertes en mi blog. Me sentí vivo de nuevo. Hoy tengo más ganas de asesinar. El portero morirá hoy. Para muchos comer es considerado "el placer" por excelencia. Al obeso portero, ese placer va a costarle la vida. Cuando salí no lo encontré en la portería del edificio, en su lugar estaba su esposa. La saludé animado y le pregunté por su marido. Me dijo que hoy no trabajaría por la mañana, salió al Seguro Social a solucionar un problema de su pensión. Hoy él trabajaría por la noche. Para mi era mejor así, me hacia mas fácil el trabajo, pensé.

Decidí desayunar en la plaza de la Perseverancia, que está ubicada sólo a unas cuantas cuadras de mi apartamento, en el barrio Bosque Izquierdo. Vivo en un barrio caro, en unos apartamentos de esos que tienen un jardín a la entrada rodeado de una verja de seguridad. Supongo que con eso se sienten seguros. Sonrío al pensar la seguridad que creen tener. Mis vecinos no saben que conviven con la muerte a unos centímetros de su cara. Mientras tomaba mi desayuno me fijé en la cantidad de idiotas que había allí. Les miré las caras. La mayor parte de la gente tiene potencialmente un cerebro capaz, pero prefieren utilizarlo sólo para las funciones mínimas de la vida: respirar, comer, beber, excretar y ver televisión. Dan pena. ¡Miren sus rostros!. ¡Sonríen hablando entre ellos!. ¿De qué se ríen? ¿No se dan cuenta de su inutilidad cerebral? Sentí ira, pero recapacité, no puedo sentir ira. No puedo ser parte de ustedes. Me han dañado mi desayuno. Respiré profundo, pensé que la humanidad me necesita. Tú me necesitas. Seguiré luchando por la humanidad. Soy el salvador. Soy el nuevo Mesías.

Decidí dar una vuelta por el parque el virrey. Caminé por las calles de Bogotá y no vi más que gente despreciable. Los miro, sonrío, soy amable con ustedes, pero, por dentro, los odio. Necesitaba pensar y leer un rato antes de asesinar al portero. Mi celular sonó. Alguien, identificándose como policía, me indicó que debía ir a comisaría mañana. Por lo del asesinato de la recepcionista. Fingí que no sabía nada del asunto. Saben que yo tenía una cita la noche anterior con ella. No me puse nervioso. No tenía nada que ocultar. Ella está muerta y yo lo lamento mucho, le respondí y también le dije que me encontraba triste por su muerte: si pudiera atrapar al asesino despiadado que ha hecho esto... Mañana iré a la comisaría y haré una gran actuación. Sonreí. No le tengo miedo a nada. Colgué el teléfono. Esa llamada me preocupo un poco, es verdad, la muy estúpida no guardó el secreto de nuestra cita. La policía investiga el caso. Idiotas. No saben que les he librado de un despojo humano. Deberían agradecerlo, en lugar de comenzar una investigación. Pero no podía dejar que mi mente se perturbara, hoy tenia que acabar con la gula. Tomé un taxi a mi apartamento. Debía arreglar algunos detalles antes de actuar.

Preparé mi cuchillo. Con las muertes anteriores ha perdido un poco de filo. En mi chaqueta guardé un martillo. El portero además de gordo es muy grande y según me contó la otra tarde, pasó parte de su vida en el ejercito. ¡Además fue militar! No quería correr riesgos. Éste tenía que quedar bien muerto. A las nueve de la noche bajé, su esposa me dijo que no tardaría en llegar, la llamó para decirle que se estaba tomando unas copas con unos amigos y que llegaría en una media hora. ¡Genial!. Todo parecía estar de mi lado. Si el tipo había bebido seria una presa fácil.

Esperé sentado en un bar cerca al edificio. Dejé pasar el tiempo observando, meditando. Necesitaba estar allí. Gordo de mierda. Esperé media hora y nada. Una hora y nada. Esperé hasta las diez de la noche, pero él no acudía a su cita con la muerte. Empecé a llenarme de impaciencia. Decidí saltar del bar y buscar algún otro asqueroso obeso para asesinar. Cuando salí lo vi acercarse a una cuadra. Que suerte. Caminaba con paso firme, pero estaba un poco bebido. Lo abordé y le propuse tomar un par de copas más. El tipo aceptó encantado. Entramos al mismo bar donde yo había estado hacía solo unos minutos. Él, sin preguntarme, me pidió una cerveza. No suelo beber, pero ésta noche hice una excepción. Lo vi tragar como cerdo un sándwich de pavo navideño que ordenó. Ambos sabíamos lo que queríamos. Él quería comida y licor. Yo quería que muriera.

Salimos del bar a las once y media, caminamos dos cuadras, la calle estaba sola. Era el momento. Tenia que hacerlo. Me dijo que muchas gracias por la copa. ¡Muchas gracias!, pensé mientras me abalanzaba sobre él. Lo empujé. Perdió el equilibrio y cayó de espaldas sobre el andén. Me miró asustado. Creo que intentó balbucear algo pero en ese preciso instante saqué mi cuchillo y se lo clavé en el estomago. Cogí el martillo y golpeé su cabeza con todas mis fuerzas. Oí crujir algún hueso del cráneo. Seguía vivo. Volví a golpear. La sangre me salpicó. Golpeo. Golpeo. Golpeo. Golpeo. Siempre en la cabeza. Le miré. No se movía. Esperé un minuto. Dos minutos. Me aseguré: estaba muerto. Me levanté e introduje una nota en su destrozada boca *. Un niño vio toda la escena. Estaba a un par de metros y yo no la había notado. Estaba paralizado. Me acerqué a él con en cuchillo en una mano y el martillo en la otra. Era incapaz de correr. Bastaba un solo golpe. Pero intuí que eso podría producirme problemas. Me acordé del policía que me llamó ésta tarde. No debo cometer demasiados errores. Ese niño no era un pecador. Yo sólo mato pecadores. Así es la vida. O mejor, así es la muerte. Creo que la humanidad vuelve a estar en deuda conmigo. Los he librado de otro humano inútil.

Me fui para mi apartamento acelerando el paso. Tomé un café antes de acostarme, mientras escribía estas líneas y recordaba la sangre saliendo a de su cabeza.

Hoy murió la gula.

* Así distinguimos al hombre bueno del malo. Éste hombre era capaz de comerse dos pollos él solo. Pero era incapaz de darle un pan a un mendigo hambriento.

Mañana morirá la ira.


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5. IRA
(No abusarás del poder)

Creo que dormí tan solo dos horas. Anoche no pude conciliar el sueño. Estoy agotado. Ésta mañana amaneció gris. Me gustan los días grises con sus horas negras. No pude desayunar, me encontraba inquieto y ansioso. Tenia que ir a la comisaría esta mañana. Antes de salir de mi apartamento le di unas pinceladas al cuadro que estoy pintando, mañana pienso dedicar toda la mañana a terminarlo.

Cuando bajé las escaleras del edificio escuché una algarabía. Se trataba de la esposa del portero que hablaba con unos policías. No paraba de llorar. No se daba cuenta que le hice un favor. Ya no tendrá que aguantar su fetido aliento por las noches. Un agente se acercó a mi y luego de saludarme preguntó: ¿Sabe algo acerca del portero muerto en la calle, ayer por la noche?. Le respondí que no sabía nada. Me dijo que un vecino del edificio nos vio en el bar. Le dije que sí, que tomamos una cerveza y que cada uno arrancó por su camino. Entonces me presionó argumentando que por que yo había llegado a dormir unos minutos después del asesinato y el portero no llegó conmigo. Entonces me encogí de hombros y le dije que yo no sabía nada. La gente está desquiciada, dije. Lo peor es que no saben quién pudo ser, ni por qué, apuntó él, le podría pasar a cualquiera. Sí, dije, le podría pasar a cualquiera. La gente está loca, ¿verdad?. Nos despedimos. Que inútil agente. Las cosas se están tornando feas. Me siguen la pista. Afortunadamente solo restan tres días para que todo acabe.

Me fui caminando hasta la estación sexta, donde tenía mi interrogatorio. ¡Genial!. Dos interrogatorios en un día. Lo bueno es que no existen pruebas de mi culpabilidad. Esto acabara pronto. Muy pronto. El agente de policía que me iba a indagar me saludó amablemente. Cabrón. Me invitó un café y luego sentamos dentro de una sala de interrogatorios. Fue directamente al grano. Me preguntó por la recepcionista. Intentó que le dijera que yo la maté. El agente era listo, pero no tanto. El día que ella murió yo estaba en mi casa viendo una película, dije y añadí: no me gusta salir por las noches, es peligroso. Estoy completamente dispuesto a ayudarle en la búsqueda del asesino, le expresé. Ese maldito desalmado.... Me miró. Buscando en mi mirada. Sentí cómo su mirada escrutadora intentaba buscar dentro de mi cerebro un síntoma de culpabilidad. Estaba convencido de que el asesino era yo, pero no podía probarlo. Le miré directamente a los ojos. Silencio. Pasamos más de un minuto callados. La conversación con el agente no nos llevaba a ningún lado. Él jugaba su juego. Ese es su problema. Él creía que era un juego. Yo no juego. Yo mato. Mi silencio lo empezó a exasperar. Por fin, habló: Eres el mayor cabrón que he conocido. Pero eres listo, hijo de puta. – gritó, con voz amenazante. Se levantó y le pegó un puño a la mesa. No dejé de observarlo. Era un cerdo asqueroso. Empezaba a molestarme su presencia, y mucho más su ira y su grosería. No soporto la ira. En ese momento supe quien sería mi próxima victima. Yo sólo llevo su pecado, la ira, a una conclusión lógica: la muerte.

Salí de la comisaría contento. Me gustan los días nublados. Hoy es un buen día nublado. La indagatoria duró cuatro horas, eran ya las tres de la tarde. Ese agente me daba asco. Su apetito de justicia era desordenado o contrario a la razón, y por consiguiente era ira y, la ira es pecado. El castigo se lo merecía. Debemos comprender que el castigo, y la ejecución del mismo, pertenecen a Dios. Estoy haciendo el trabajo de Dios.

Entré en un restaurante que queda justo al frente de la estación de policía. Para almorzar. Esperé que saliera y asecharlo. Esperé apoyado en la barra, masticando lentamente mi almuerzo, mirando atentamente a la puerta de la estación. Había dos tipos cerca de mí, en la barra, hablando. Escuché su conversación. Estaban comentando de fútbol. Los observaba detenidamente. Estaban discutiendo cual equipo era mejor, entre trago y trago de cerveza. Cada uno tenia una empanada en la mano. Casi no sabían hablar. Eran como micos, repitiendo lo que ven o lo que escuchan. Aprenden sin saber lo que hacen. Hablaban sin saber de qué estaban hablando. Se notaba la incultura en sus caras.

Al fin salió, eran las seis de la tarde. Salió acompañado por dos agentes más. Caminé a una cuadra de ellos. Observando cada uno de sus movimientos. Cuatro cuadras mas adelante los dos agentes que lo escoltaban entraron a una estación de transmilenio. Mi presa siguió caminando sólo. Lo seguí varias cuadras. El muy inútil no se dio cuenta de que lo estaba siguiendo. Cruzó la avenida caracas y se interno en el park way. Entró a Carulla. Lo esperé. Unos minutos después salió del supermercado con varias bolsas en sus manos. Me cambie de andén y aceleré el paso, desde donde él caminaba no podía verme. Era el momento indicado para realizar mi ataque cuando cruzaba por el caño de la 45 con 20. Ese era el momento preciso. Giré en cuanto rebasó mi posición, saqué con un rápido movimiento el cuchillo que escondía bajo la chaqueta. Me acerqué al maldito cerdo despreciable que me había interrogado. No había nadie en aquella calle. Creo que intentó girarse cuando sintió el filo sobre su cuello. Él mismo se degolló. Intentó gritar pero el tajo era tan profundo que no pudo hacer nada. Los paquetes cayeron al piso. Intentaba gritar pero con cada intento se le iba más la vida. Introduje mi cuchillo por lo menos cinco veces más. Vi la palidez en su rostro. La muerte. Saqué una botella de vino de uno de los paquetes de compra y luego con toda la tranquilidad introduje una nota en su boca *. Lo dejé allí tumbado, muriendo. Continué mi paseo acelerando el paso. Desde ese momento todo el resto de la noche ha sido maravillosa. La navidad en Bogotá es maravillosa. ¡Cuantas luces de colores!. Esto me hizo sentir bien. Conseguí matar la ira y la ley ésta noche. Fue muy sencillo, lo veía de la misma forma en que una bestia contempla a los corderos.

Pasé varias horas caminando sin cesar, sin rumbo fijo. Pensando. Finalmente llegué a mi casa. Tomé una copa de vino y escribí estas líneas. Mañana será otro día.

Hoy murió la ira

* Appetitus inordinatus vindictae.

Mañana morirá la pereza


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6. PEREZA
(Debes ganarte el pan con el sudor de tu frente)

Hoy no me desperté. El frío de la mañana entumeció mis músculos. Pasé toda la noche en vela. Percibí amanecer a Bogotá. Vi morir un día y nacer otro. Salí a la calle muy temprano. No me bañé ni desayuné. Una extraña sensación se apodera de mi cada vez más, debe ser por mi muerte. Mañana moriré, para salvar la humanidad. Soy el nuevo Mesías.

Observé las caras moribundas de los despojos humanos de la ciudad. De esos hombres y mujeres tapados con cartones, durmiendo expuestos a las inclemencias del clima. Para el mundo es escoria de una ciudad que rebosa basura. Para mí no son distintos al resto de la gente. Restos de una raza apocada. Pasé por delante del quiosco de periódicos donde compro habitualmente. Al lado estaba acostado uno de esos vagos de los que les hablo. Éste hombre asqueroso me miró a los ojos. Sentí su sucia mirada sobre mí. Contaminó mis ojos. Contaminó mi cuerpo. Es un vago perezoso. Detesto los perezosos. El mundo es un lugar hermoso, un lugar por el que merece la pena luchar. Él posee salud y vitalidad y aún así no hace nada por si mismo. Merece morir. Más tarde lo mataré y con él morirá la acidia.

"Se desconocen las causas del asesinato del agente de policía. Es el tercer asesinato en menos de una semana, posiblemente a manos del mismo psicópata". Así es como uno de los diarios más importantes del país titula. Idiotas, han sido cinco asesinatos y todavía faltan. Los ayudo. Los libro de los peores pecadores de la ciudad, limpio sus tristes vidas y me llaman psicópata. No tienen ni idea. Yo no estoy loco. Ellos estaban locos. Ahora están muertos. Intento hacer algo por ustedes y ustedes me quieren desterrar. No me importa que sospechen de mi, solo me falta el asesinato de hoy y mi muerte mañana. Mañana el mundo se vera salvado gracias a mi. Dios no nos dijo ‘ustedes pueden matar o no matar’. Pero debemos estar dispuestos a morir. No me pidan que sienta lástima por ellos. No los lloro más que a los muertos de Sodoma y Gomorra.
Decidí volver a casa y acabar de pintar mi cuadro. Pasé toda la tarde dándole los últimos detalles. Al final el resultado fue el esperado. Me sentía muy cansado, me di una ducha con calma y salí a terminar con la pereza.

El vago estaba donde siempre, echado en el andén pidiendo limosna. Escoria. No dejo de observarlo. Era un vago asqueroso. Estaba mirando a una chica joven que también esperaba en el andén. Miré al resto de hombres allí. Pasaban afanados a su trabajo, sin ver más allá de sus narices, por eso los odio. Porque son como los micos. Deberían estar metidos en una jaula. Luego de un rato la calle quedo vacía.

El vago tenía los ojos rojos y barba de varios días. Me pidió dinero. No, no me pidió, me exigió dinero. Miré a mi alrededor. No había nadie. Entre sus tristes palabras consigo entender la palabra amigo. Me estaba llamando amigo. Me llamó amigo un puto vago drogadicto, a mí. Saqué mi cuchillo de la chaqueta. Me acerqué rápidamente a él. Tomé su cuello desde atrás con mi mano izquierda. Mi mano derecha penetró fuerte con el cuchillo en su tórax. Empujé fuerte y hacia abajo. Un breve gruñido salió de su boca. Un quejido. Un leve grito. Le miré. Creo que me intentó decir algo. Alrededor seguía vacío. Volví a empujar mi cuchillo. Una mancha oscura comenzó teñir su camisa, cerca del pecho. Su cara comenzó a palidecer. De repente, sus ojos perdieron el color rojo de hace unos segundos. Lo empujé. Calló al piso. Sonaron unas monedas al caer. Abrí su boca e introduje una nota*. Por éste nadie llorará. Para éste no habrá primera plana en los periódicos.

Me fui para mi casa a descansar. Duermo recordando sus ojos de sorpresa. Del que sabe que está muriendo pero aún sigue vivo para pensarlo. Mañana es el gran día.

Hoy murió la pereza.

* Que patético, era incapaz de aceptar y hacerse cargo de su propia existencia.

Mañana morirá la soberbia.


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HOY MURIÓ LA SOBERBIA
(Últimas noticias)

Como lo dejó registrado en su diario en Internet, el día de ayer veintitrés de diciembre, acabó con su vida el ¨ asesino de los pecados capitales ¨, como era conocido por los bogotanos. Fue hallado en su apartamento, en el lujoso barrio Bosque Izquierdo. Al parecer Tomás otnaS como se hacia llamar, asiendo alusión al personaje bíblico Santo Tomás, ingirió un frasco de cianuro, lo que puso fin a su vida inmediatamente. Según el psicópata, los asesinatos cometidos los realizaba por el bien de la humanidad, pretendía limpiar al mundo del pecado capital y convertirse en el nuevo Mesías.

Felipe era su verdadero nombre. Treinta y tres años. Contador de profesión y según las declaraciones de sus conocidos y familiares una persona normal. Nunca mostró síntoma alguno de locura. Ésta historia no podía tener otro final. Él mismo lo apuntó día a día en su bitácora en Internet. En el interior de su boca se encontró una nota*. Como lo hizo con sus otras victimas. Junto a su cuerpo se halló un cuadro pintado por él. Seis muertos y su suicido fue el desenlace final de éste pánico colectivo que ya parecía una novela de genero negro. Ahora todos los bogotanos podemos volver a estar tranquilos y seguir con nuestras apacibles vidas.

Hoy murió la soberbia

* Cuando, realizando mí trabajo, mí nombre comience a tornarse célebre, me retiraré a la oscuridad, para luego renacer, una vez que la tarea esté concluida.

Mañana morirá…




FIN





Reservados todos los derechos. Sal Paradise © 2007



A Catta, por llenar cada rincón de mi existencia con su compañía.
Enrique por hacerme creer que puedo escribir.
René por enseñarme más y más.
Edward por ser mi cómplice, mi amigo.
Los camaradas: Oscar, Jhon, Felix y Alexandra.
A todos ustedes, pecadores, por leer.

Sal P.